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Manuel Montalvo

miércoles, 30 de marzo de 2011

El principio del final

Mucho tiempo. Demasiado. De infamia. De dolor. De caminos transitados sin ningún destino aparente. De ridículos titánicos y de honor minúsculo. Este es el final del principio. Así comienza el final. Y ahí estás tú, impasible, sin intervenir, sin luchar, sin ganas. Normal. Es mucho tiempo ya de aquellos años, de ese tiempo donde bastaban dos cosas para plantarte ante el resto: las rayas, rojas y blancas y el escudo arropado por un oso y protegido por un madroño. La ecuación nos llevaría al mismo resultado: honor, orgullo, grandeza, respeto. La mía, como la de muchos, nos daría además un resultado anexo. Atlético de Madrid.

Pero es difícil creer ya en todo eso, en ese equipo, en ese club, en nuestro Club, pues hace tiempo que perdimos nuestra identidad. Ya no se es abonado a un Club. Se es socio de una infamia. Muy pocos quedan ya que piensen que un derbi es algo más. Que es uno de los partidos más importantes en nuestra historia. En tu historia, Atleti. Tiempo atrás se dejó de creer en ello. Los hechos lo confirman. ¿Saben lo que nos queda? El insulto, la vergüenza, la mediocridad. Esas son las armas que nos quedan ante nuestro rival genético. Esa mediocridad que recorre el Calderón de forma fulminante. Como en el respeto del propio club a su afición. O el respeto de la afición a los propios jugadores. O la de cuerpo técnico y jugadores a la propia afición. O la de Directiva a todos ellos. La combinación de los factores desemboca en el mismo punto: mediocridad, vergüenza, insulto. Repasa la historia de nuestro Atleti. Inténtalo. Yo ya lo he hecho. Tiempo atrás. ¿Y saben qué? Sólo encuentro palabras como respeto, señorío, honor, fuerza, victorias, coraje, corazón, amor…

Hace tiempo que el Atlético de Madrid desechó todo esos valores que se destilan en su historia. Ya saben lo que pasó. Contrataciones de jugadores mediocres. Resultados mediocres. Declaraciones mediocres. Club mediocre. Esa es la verdad. Es dura, pero es la verdad. Tan cierta como los resultados de los últimos años. Tan evidentes como la falta de respeto de jugadores a la afición. Tan burdos como los insultos el día del Derbi a nuestro rival, contra los que no me valen palabras sino hechos. Tan ciertas son mis palabras como que llevamos diez años de ridículos. Diez años. Derbi tras derbi. Esa es la única arma que nos queda ya contra el Real Madrid. El insulto, la mofa. Y todo no es más que una burda farsa, pues es signo aparente del inicio de la mediocridad. Ese es nuestro destino.

La última parada parece ser el Vicente Calderón. Tardes de gloria, de honor y de orgullo se me vienen a la cabeza. No quiero mostrar los adjetivos de los últimos diez años en la que fue nuestra casa. Porque ya son eso. Recuerdos vagos, pero en sí mismo recuerdos, que hacen que pueda creer que todavía se puede. Y que se quiere. Pero no veo que sea así. La pérdida de identidad es evidente. Y no hace sino acrecentarse cada año, cada derbi, cada día que pasa hasta que nos vayamos de casa, cada día que pasa que nuestra cantera es olvidada, que se ningunea a nuestros baluartes como De Gea, que merecen todo el respeto, como por ejemplo también Domínguez, dejándose la piel cada día, en cada entrenamiento, en cada pase, en cada jugada, pero que al mínimo fallo se le crucifican por no menos que los bufones que dicen llamarse futbolistas, y que portan nuestros colores con la desgana de un mercenario que no piensa más que en su bienestar. ¿Estás seguro de que en Italia te sentirás mejor, de que no te debemos nada y que por eso no tienes nada que demostrar? Te equivocaste. Bastante además. Fíjate en nuestra historia. Pásese usted por una tertulia de veteranos atléticos. Nunca escuchará un “yo”. Sólo escuchará palabras como Club, amor, fuerza, coraje, ganas, orgullo, rojiblanco…Ya te lo resumo, a ver si te vas a ir sin descubrirlo: se llama Atlético de Madrid, equipo forjado a base de canteranos y no canteranos, como usted, que se identificaron con nuestro Club como su equipo, como sus colores, como su familia. Y le deben todo. Más que todo. Mucho. Lo mismo que nosotros, pues el deber moral del Atleti es reconocerle su grandeza por habernos defendido. ¿Sabría usted lo que pedirían a cambio dichos veteranos, canteranos y no canteranos? Nada. Cero. Un simple abrazo diría yo. Porque es su familia. Somos su familia. Y eso es nuestra identidad. Lo que nunca nos podrán quitar. Sin nuestro estadio. Sin nuestros canteranos. Sin victorias. Pero todavía está latente ese sentimiento, el de nuestra familia: nuestro Atleti.

Pensaba que era el principio del final de nuestra identidad. Ni mucho menos. Anhelo el día en que nuestro estadio, nuestros canteranos, y nuestras victorias se conviertan en el orden del día. Ese es el principio del final, el volver a ser lo que fuimos. El Atlético de Madrid.

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